domingo, 21 de febrero de 2010

Nuestra última guerra


Al principio parecía el zumbido de una mosca, luego fue todo un enjambre. Los puntos destellaban ya sobre el horizonte y nuestros niños saltaban de alegría. Era evidente, el pesado sonido de una vieja pipa Volvo no se podía confundir. Pero el desierto delataba otros dos puntos negros escoltándolos. Los "camellos” habían caído en la trampa. Dinamitamos todas las rutas alternas, ninguna luz fue encendida durante catorce noches, aprendimos a comer tierra bajo las cuevas. Este pueblo o lo que quedaba de él, desde la inmensidad sempiterna del universo también había muerto para la versión oficial. Y aún así no pudimos evitar que vinieran con sus mercenarios.
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Prepárate mujer, despacha los hijos a las alturas, que vean como luchan sus padres. La historia de los nuestros nos enseñó que la guerra era un animal que solo apetecía de más muerte. Pero aquí nosotros, somos los únicos que morirán por vida. Ahí vienen, con sus fusiles, con sus bombas, por sus dueños, trayendo el agua nuestra. Aquí vienen mujer, empuñemos quietos todas armas, que la última guerra de este mundo ya se acerca.
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mija

Una sopa sin final feliz


La tomó de la cintura. Acarició tristemente su piel. La echó sobre la cama, en los ojos de aquella tierna mujer podía ver todo el placer que era capaz de dar. Anudaron sus lenguas con tal fiereza que bien podrían haber estado arrancándose el alma. Con una mano le manoseaba juguetonamente las tetas, luego, chupándole la oreja, la otra se perdía con voracidad entre sus muslos. La joven comenzaba a gemir alborotada sobre una jungla de cobertores, sus culos se contraían de goce al encuentro infatigable de los cuerpos. Le hizo el amor toda la noche, solo como lo hacen los grandes campeones. Al despertar sintió unas robustas y peludas piernas a lado suyo bajo las sábanas, mientras la voz ronca de aquel hombre unos años menor que él le preguntaba: ¿En qué soñabas, amor?
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mija